05 agosto 2007

¿Qué sonidos son los que oigo yo?

En la esquina de Socorro, avenida Fuerzas Armadas —puedes conseguir lo más selecto del cine mundial, lo juro, sin salir de San José—, encontré una copia doblada al español gallego de la reciente versión cinematográfica de capital europeo de HEIDI, la novela de la escritora suiza Johanna Spyri (1827-1901) popularizada en todo el mundo gracias a la serie animada japonesa homónima de 52 capítulos de 1974.
El director de la película de 99 minutos es el británico Paul Marcus y en el reparto aparecen luminarias de la estatura mítica de Max Von Sydow (como el huraño abuelito o Tío Alpes) y Geraldine Chaplin (una estupenda Señorita Rottenmeier). Los rostros de HEIDI (2005), filmada en los Alpes eslovenos:


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Como película, HEIDI es regularcita tirando a aceptable, y sucede casi todo igual que en la serie de televisión, aunque el perro San Bernardo (Niebla) se hace extrañar. Hay algo de trágico en glorificar la monumentalidad bucólica de los Alpes en un siglo XXI cuando las nieves de esta cadena montañosa están a punto de desaparecer por el calentamiento global, por no hablar de otros males alpinos contemporáneos como el turismo incontrolado, la contaminación sónica, el crecimiento urbano, los tuneles, etc.
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Independientemente de que no estén totalmente desarrollados o rematados, hay temas pertinentes que toca HEIDI que uno no aprecia cuando es carajito. Me acordé mucho de THE BALLAD OF JACK AND ROSE (2005), de Rebecca Miller. HEIDI, a través del personaje del abuelo, es la tragedia de la imposibilidad del aislamiento, partiendo de que estamos condenados genéticamente a ser seres sociales. El aislamiento es una burbuja insostenible de bienestar. Siempre digo que lo único malo del mundo son los demás, pero como en LO QUE EL AGUA SE LLEVÓ, jugar solo te termina aburriendo.
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Otro aspecto trágico es el dilema de Heidi y Pedro, niños rupestres felices con sus cabritas, puestos en la obligación de ingresar al sistema occidental de educación. Quizás seríamos felices en la simpleza, sin saber leer, pero también estamos condenados a la complejidad cultural.
Dos momentos cumbre:
Heidi le lleva los panecillos blandos de Frankfurt a la abuelita ciega y desdentada de Pedro. Como gran amante de los carbohidratos perjudiciales, esos panecillos son quizá la imagen que más recuerdo de la serie animada de TV.

Clarita, la sifrinita paralítica de Frankfurt, vuelve a caminar gracias a la reciedumbre de los aires benévolos de los Alpes. En Mucuchíes también se cura todo y uno se encuentra "consigo mismo".

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