12 septiembre 2009

Distancia en la barrera, por favor















Para quienes participamos de una u otra manera en las eliminatorias de los Mundiales de fútbol de esta década, el documentalista Miguel New se convirtió en un personaje que estaba siempre con su cámara en las recepciones de los hoteles, las salas de espera de los aeropuertos o los entrenamientos de la selección de Venezuela. Nunca envidié lo que hacía. Me hacía recordar a esas personas que van a una rumba y, en vez de disfrutar, van y montan un álbum de 500 fotos de borrachera en Facebook, sin criterio de selección. Cuando se hace un documental, lo importante no es acumular 400 horas de material, como hizo New. Más recomendable es tomar distancia, como cuando hay un tiro libre en un partido y se forma la barrera de 9,15 metros.

Para elaborar Vinotinto, la película, New se mimetizó de tal manera con la cotidianidad del ex seleccionador nacional de fútbol Richard Páez, que perdió la perspectiva de qué era relevante para su documental. Ningún otro venezolano analista del fútbol declara en 90 minutos, aparte de jugadores o integrantes del cuerpo de asistente de Páez. No entiendo qué quiere decir el preparador físico Luis Apolinar cuando manifiesta, en un momento de iluminación: “Esto es sistémico, esto es holístico”. Por no hablar de personajes más bien pintorescos y que poco aportan, como el sicólogo Carlos Saúl Rodríguez y el coordinador Napoleón Centeno.

No niego que Vinotinto, la película tiene material valioso, pero el problema comienza cuando se escamotea información. Es indudable que Richard Páez ha sido el entrenador con más poder de motivación de la historia del fútbol venezolano, pero poco se sondea en sus métodos prácticos y tangibles. Y en noviembre de 2007, cuando Páez renuncia a su cargo, Miguel New culpa de los hechos a los medios de comunicación, como si ellos saltaran a la cancha a jugar. Pero no se dice nada de los gestos inapropiados que el entrenador (humano, como todos) dirigió al público de San Cristóbal, o de su pésimo manejo del caso de su hijo futbolista Ricardo David Páez, el único de la Vinotinto que parecía tener garantizada la titularidad, jugara mal, bien o regular.

Hacia el final de la película, la voz de un narrador omnisciente sentencia: “Los medios de comunicación trabajan para dividir el país, porque velan por sus propios intereses” (después hablan de Oliver Stone). La frase no es nada inocente en el contexto político actual. ¡Ah, Miguel New! ¿Y los medios dividían cuando la Vinotinto empezó a ganar partidos y a llenar portadas? No, porque la victoria es la hija consentida de toda la vecindad del Chavo, y la derrota es huérfana.

Vinotinto, la película es otro matiz del drama de la Venezuela petrolera, de la pretensión de la gratificación inmediata sin bajar antes la cabeza y pasar por un necesario proceso de maduración. De un país donde se habla de asistir a un Mundial, pero donde casi nunca se habla de fútbol, y donde el torneo nacional de primera división es prácticamente clandestino. De un país donde hay personajes como un ex alcalde socialista (mostrado en la película en plan de patriota, por cierto) que agarró un club de balompié para él y contrató a los mejores jugadores a punta de billetazo, pero que luego perdió las elecciones y dejó al equipo desamparado y desahuciado. Nuestro insólito universo.