Hace unos meses, National Geographic publicó un artículo sobre la revolución en Venezuela firmado por Alma Guillermopietro, cuya imagen de tapa era bastante manipuladora: se mostraba a la ex miss Amara Berroeta (muy poco glamorosa y con cierto gigantismo patológico, por cierto) y a un grupo de amigas gozando un puyero en una discoteca de Las Mercedes, con el mensaje implícito: "Vean como se divierten los sifrinos venezolanos mientras la mayor parte de la población vive en pobreza". No voy a rumbear a Las Mercedes, pero desde que el mundo es mundo, la gente con ciertos recursos se va los viernes de noche a divertirse, y eso es en todos lados del planeta. MARIE ANTOINETTE es una película sobre el hedonismo; sobre el sabrosísimo placer del hedonismo; sobre lo precario y poco sustentable que es el hedonismo en un mundo donde siempre hay más demanda que oferta; y sobre el resentimiento que despiertan los símbolos del hedonismo. Cuando ves MARIE ANTOINETTE, te acuerdas de aquel rumbón que montaron los Cisneros poco antes del 27-F de 1989. Seguramente el rumbón no era la real causa de los problemas económicos del país, así como los gastos suntuosos de Marie Antoinette son sólo una mínima porción del mal manejo de las finanzas en la Francia del siglo XVIII. Pero el lujo de la reina es la cabeza de turco visible. MARIE ANTOINETTE es muy fuerte y ácida en el sentido de mostrar a las turbas empobrecidas como una masa distanciada, anónima, gritona, amorfa y hasta invisible, una caricatura de turbas, mientras por otra parte se nos despliega todo el colorido de los zapatos y los postres de la corte de la reina.
Por eso es un poco una película sobre la naturaleza humana, sobre la hipocresía, sobre la realidad de que siempre hay una casta social con privilegios, y que las revoluciones no hacen más que cambiar una casta por otra nueva. (y aunque suene cruel, las castas con privilegios son las que salen en los libros de historia y protagonizan películas). En el fondo, la mayoría de nosotros, muy en nuestro subconsciente, no deseamos modificar el estado de cosas para que haya más igualdad general, sino que nos conformamos con escalar al penthouse. ¿Quién le diría que no a una vida de saturación de los cinco sentidos como la de Marie Antoinette? ¿Si nos pusieran a escoger entre ser Mario Silva o ser Chiquinquirá Delgado, qué elegiríamos? No es casual que Sofia Coppola haga MARIE ANTOINETTE en un momento histórico en que uno siente que el Primer Mundo vive en una burbujita de bienestar siempre a punto de reventar, y cuando el calentamiento global vaticina futuras catástrofes sociales en los continentes más pobres.
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Tuve a MARIE ANTOINETTE varios meses esperando en la congeladora, sin decidirme a verla. Quizás intuía que, luego de todo el inabarcable universo de sentimientos que me dejó LOST IN TRANSLATION, experimentaría una ligera decepción con una película de época de Sofia Coppola. Y tengo que decir que MARIE ANTOINETTE no es mi película favorita de Sofia. LOST IN TRANSLATION era atmósferas, pero también la esencia humana de Bill Murray y Scarlett Johansson, y la interacción entre ambos. MARIE ANTOINETTE se queda sólo en las atmósferas, y no hay ninguna relación interpersonal memorable. Tampoco pude evitar comparaciones desfavorables con los experimentos de fusión tempo-cultural que ha hecho Baz Luhrmann. La banda sonora es antológica y con sentido de recopilación de un período cultural, como siempre en Coppola, aunque llega un momento en que el regodeo musical se me hace excesivo, como si se trataran de compensar otras carencias. Pero lloré cuando estalló "Plainsong" de The Cure en la escena de la coronación de Luis XVI (el álbum Disintegration es uno de esos materiales que deberán escuchar obligatoriamente quienes excaven en las ruinas de nuestra civilización), una voz en mi interior exclamó acerca de Coppola en ese momento: ¡Ésta es mi galla! ¡ÉSTA ES LA MÍA, NOJODA!
¿Alguna vez han conocido una de esas chicas que dicen el 31 de diciembre: "¡Saaaaama! ¡Maricaaa! ¡Vámonos a la playa a ver el amanecer del año nuevo!"??? En MARIE ANTOINETTE hay una escena muy similar. También me da mucha risa todo ese período luego de su primer embarazo en el que la monarca austríaca quiere vivir una "nota ecológica" en su retiro campestre, igualita a esos carajos que exclaman con ingenuidad: "¡Saaaamo, me quiero casar en Choroní, tremenda boda ecológica!", mientras el rancho arde en el planeta por los efectos irreversibles de la industrialización. Pero quien no haya experimentado el encanto de lo banal, o quien nunca haya sentido el fuego de la envidia al fisgonear los placeres de los banales, que dé un paso al frente para comenzar la lapidación colectiva.