"He cruzado océanos de tiempo para encontrarte..."
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"Tuve la sensación de estar saliendo de Occidente para entrar en Oriente", escribe el agente inmobiliario Jonathan Harker (Reeves) al atravesar Transilvania, "el más bello lugar de la creación", ubicado en la actual Rumania. Una frase clave. Todo en BRAM STOKER'S DRÁCULA es fascinación, idealización y deformación de lo oriental; de esa franja de la Europa Oriental que anhela ser aceptada por la Europa Cristiana, pero que al mismo tiempo es asiática en esencia. Gary Oldman domina toda la película con su inglés pausado de acento rumano y gutural. El trabajo del diseñador japonés Eiko Ishioka con el vestuario orientalizado que usa Oldman es otra clave para comprender la que, a mi juicio, es una de las piezas definidoras del lenguaje audiovisual de los años 90.
La escena comienza con un homenaje a la textura de los inicios del cine; y Vlad invita a Mina a una sala de cine, un espectáculo que para él es ciencia, y para ella, chabacanería. Un lobo blanco que escapó del zoológico de Londres entra en la sala, se arma un tumulto, Vlad intenta hacer suya a Mina, desmayada, pero se contiene. Luego Vlad amansa al lobo blanco con una orden en rumano e invita a Mina a que lo acaricie.
Vlad y Mina lloran al recordar la historia de Elisabeta, la princesa rumana que se suicidó cuando le comunicaron la falsa noticia de que su príncipe había muerto en combate tratando de contener la entrada del ejército otomano en la Europa Cristiana. Vlad convierte las lágrimas de Mina en diamantes. Luego, Mina y Vlad bailan entre velas: un frágil y fugaz momento de felicidad absoluta para dos amantes imposibles: "He cruzado océanos de tiempo para encontrarte...".
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Una cita: "Civilización y sifilización siempre han avanzado juntas" (Anthony Hopkins en el papel de Abraham Von Helsing).
Un detalle delicado: la canción "Love song for a vampire" de Annie Lennox en los créditos.
Lo prescindible: todas las escenas del músico Tom Waits interpretando a Renfield, el enajenado que come insectos.