* Qué aburrido se hace últimamente escribir como columnista de la revista de la revista Maxim. Qué aburrido es evidenciar morbo ante algo tan rutinario como la desnudez. Y aún así hay que decir que BLACK SNAKE MOAN es un compendio de todas las perversiones que siempre soñé que se perpetraran en la lunar humanidad de Christina Ricci, desde que la vi sometiendo con sadismo frígido a un hermanito menor en THE ICE STORM de Ang Lee —no llegué hasta ella por la vía familiar de CASPER o ADAMS FAMILY VALUES, que poco me atrajeron como espectador adolescente en su momento, aunque quizás todo hubiera desembocado en lo mismo—. Todas. Todas.
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* Rae (Ricci) es una prostituta de pueblucho que trata de enderezar una relación semi-seria con un recluta del ejército, Ronnie (Justin Timberlake). Pero apenas Ronnie se va para una práctica de tiro, Rae —ninfómana más compulsiva que festiva y máquina tragadora de pepas— vuelve a las suyas. Alcanza el sótano más bajo en el que pueda hundirse la condición femenina: un pellejo cloacal al que cualquier hombre puede hacer suya en plena calle. En esta película, Christina Ricci pasa 68 minutos vestida sólo con unas pantaletas blancas, o poco más que eso. En una escena que nunca se me olvidará por su perturbadora brutalidad, su torso apenas está cubierto por un protector de fútbol americano, luego fornican con ella en la grama como un animal callejero, luego le caen a coñazos dentro de un carro, la sacan de una patada como una bolsa de basura y la dejan tirada en pantaletas e inconsciente en una carretera.
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* Lazarus (Samuel L. Jackson), un guitarrista de blues evangélico, alcohólico y recién abandonado por la mujer, descubre a Rae tirada frente a su casa. La cura. Ella se recupera y lo tienta como el demonio para que la posea. Él se resiste estoicamente. Lazarus se ve obligado a amarrarla con una cadena de hierro para que ella pueda completar su terapia de abstinencia sexual y farmacológica. En un descuido, Rae se queda sola, se desnuda y la hace el amor a un niño que trabaja para Lazarus: una perversión cuya ruta ya había sido trazada 10 años antes en THE ICE STORM. Si BLACK SNAKE MOAN hubiera terminado en la escena en la que Lazarus toca la guitarra en una fiesta de negros y Rae se siente poseída por un éxtasis carnal inducido por la música demoníaca que ejecuta un hombre de fe, esta película sería muchísimo mejor. Más compacta y redonda. Pero se empastela con un epílogo que deja un tufillo algo evangélico.
* Muchos otros están obsesionados por esta niña mujer mitad italiana con rostro de luna que es capaz de despertar al mismo tiempo la inmensa ternura que por ella profesó Tim Burton en SLEEPY HOLLOW como una perversión infinita que tiene mucho de pedófila, y a la que ella parece prestarse sin ningún conflicto. Seguramente BLACK SNAKE MOAN se convertirá en una película de culto, y no tengo la menor duda de que será usada con explícitos fines de autosatisfacción, sobre todo con una copia óptima. BLACK SNAKE MOAN te deja colmado, pero al mismo tiempo, igual de lastimado, de desolado y de impotente que antes. Porque la sexualidad inducida por Christina Ricci no tiene mucho de gozosa o de fashionable, sino que es una sexualidad de malformación congénita. Una sexualidad maldita en la que el dolor y el poder juegan un rol más importante que el placer. En esos grandes ojos redondos y tristes alguien pudiera ver la ternura. Pero podría ser un espejismo. Quizás le dominaría un impulso superior de destruir la ternura.