29 marzo 2007

THE PURSUIT OF HAPPYNESS (2006) - Gabriele Muccino


Tengo un gran lector y amigo que sostiene que 300 es un producto profundamente reaccionario. Incluso en el supuesto de que sea cierto, 300 me resulta infinitamente más sincera y honesta al mostrar sus cartas que esta THE PURSUIT OF HAPPYNESS. Tan absolutamente predecible desde que uno ve su trailer cinematográfico, que tuve la muy ingenua creencia de que algo diferente debía tener en sus entrañas, que algo la diferenciaría de diez mil películas similares. Algunos comentarios de conocidos insuflaron mi optimismo. Pero caí por inocente de manera bien güevona. Señores, esto si es un producto 100% reaccionario, bien camufladito gracias a la simpatía de Will Smith y con el irresistible afro hirsuto del niño Christopher. Esta película es tan reaccionaria que hace que uno se ponga ni siquiera socialdemócrata, sino bien chavista y marxista clásico. Vaya mensaje de alienación: el indigente que se arrastra con los magnates, que se mimetiza con ellos, cuando en realidad lo que hacen es quitarle las cinco lochas que lleva en la billetera, en vez de ayudarle.
Lo más chistoso de THE PURSUIT OF HAPPYNESS son los letreros con los que comienza y se despide. “Esto está inspirado en una historia real”, se nos advertirá de arrancada, como diciendo: "Coño, sabemos que lo verán es un cuentico de hadas mojonero, pero hágannos la segunda de creerse el mojón". Otro cartelito: “En 2006, Chris Gardner logró un acuerdo multimillonario”, se nos revela antes de los créditos. Persiguió la felicidad y la alcanzó, pues, con una maleta de real, incorporándose a la casta de los grandes cacaos. He allí la felicidad, carajo. ¿Qué pasó con todo ese ejército de miserables que hacían cola en los albergues de San Francisco, multiplicándose como en la canción de “Disculpe el Señor” de Joan Manuel Serrat? Que se jodan, ellos no eran tan simpáticos ni tan inteligentes como Will Smith.
Claro, THE PURSUIT OF HAPPYNESS le da a uno en ciertos flancos débiles. Me identifiqué plenamente con la manera en que Will Smith tiene que rebuscar los churupos, que nunca le alcanzan para nada. Esa sensación agobiante de que en este mundo parece que te cobraran hasta por respirar. Desde que comencé a trabajar por mi cuenta en mayo de 2006, hice cuentas y me propuse el plan de sobrevivir con un máximo de 30.000 bolívares diarios, 30 Bolívares Fuertes. 2007 me ha estrellado mis planes en la cara. Cuántas visitas diarias al cajero automático por cualquier güevonada. Cuánta gastadera que a veces te expulga hasta de los churupitos necesarios para pagar los 900 bolos de la camionetica. Cuántas veces he llegado a la casa al final del día con conteo de protección y obligado a acudir al cajero en la primera hora del día siguiente. Y eso que no hay jevitas en mi vida. Eso me gustó de esta película, que se queda, no obstante, en pura solución individual y apenas dibuja lo social, circunscribiéndolo, eso sí, en un contexto bien específico: la década de los 80 de los “Reaganomics”, Stevie Wonder y del Cubo Mágico. ¿Pobreza en Estados Unidos en 2007? No chico, Nueva Orleans es un pueblo africano.

28 marzo 2007

LITTLE CHILDREN (2006) - Todd Field

Según la norma que he tratado de seguir desde que en 2006 volví a escribir de cine de manera regular, me referiré a LITTLE CHILDREN —la vi este miércoles a la 1:30 pm en el Cinex Victoria con la única compañía de una linda parejita que entró con unos 20 minutos de retraso— sin haber leído ninguna otra reseña o crítica, aunque en este caso particular sentí que me hizo falta. Igual voy.
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En primer lugar me pregunté: ¿quién era el narrador en off omnisciente? Nunca lo supe. Como en la película se toma como marco referencial a Madame Bovary de Gustave Flaubert, supongo que es un narrador omnisciente flauberiano, aunque probablemente estoy hablando güevonadas. Soy detractor sistemático de las voces en off, pero en este caso no me desagradó, excepto en las conclusiones de la escena final. De Todd Field sé que hizo IN THE BEDROOM, que estuvo postulada al Oscar y me consta que era una buena película, aunque no quedó particularmente grabada en mi memoria. Field vuelve a los suburbios de aparente color pastel que llevan la catástrofe escondida (East Wyndam, en Massachussets) y al tono íntimo. Pero LITTLE CHILDREN me afectó mucho más. Y la recordaré mucho más.
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LITTLE CHILDREN. Niño pequeño o niños pequeños (no "Secretos íntimos", como le pusieron en español). Podría hacer referencia a esos niños muy pequeños de futuro incierto que abundan en la película, generalmente como actores muy pasivos y al garete, que reciben las consecuencias de las acciones de adultos ignorantes o inconscientes.
También podría hacer referencia a algunos de los personajes masculinos adultos: Brad (Patrick Wilson, suerte de Kevin Costner joven), estatua griega bronceada, fantasía sexual automática; en el fondo, un niño sin personalidad y sin elecciones propias, cautivado por el escapismo del mundo de los deportes, y dispuesto a vivir de chulo de su esposa de manera indefinida. El adolescente que nunca hace la tesis para graduarse, que posterga, que prefiere que los demás tomen las decisiones.
Richard (Gregg Edelman), enamorado por Internet después de viejo.
Ronnie McGorvey (Jackie Earle Haley), el individuo con trastorno psico-sexual que despierta el radicalismo irracional de los suburbios (en realidad nadie tiene moral para lanzar la primera piedra). Es mi personaje favorito de la película: su austera dignidad me hizo recordar a Michael Stipe, el vocalista de REM; la muerte de su madre implica el desborde de su contención. En su extremo opuesto, Larry (Noah Emmerich), el policía desempleado que traslada sus frustraciones personales hacia la cacería del pervertido sexual. Al final, los extremos se tocan.
"Todos los hombres son iguales", recuerda la suegra de Brad. Trágicamente, tiene mucho de razón. Todd Field toma partido por su Emma Bovary.
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LITTLE CHILDREN es una película con varios niveles de análisis y capítulos que no están del todo delimitados. Es como si el filme tuviera varias edades. Comienza marcando el contraste entre Sarah (Kate Winslet), esposa de Richard y antropóloga devenida en ama de casa, y el resto de las madres del suburbio: señoras de ésas que pegan papelitos de recordatorios en la nevera y gritan como gansos. "Me quedé dormida mientras hacíamos el amor; le pedí perdón a mi esposo al día siguiente, pero él ni se había dado cuenta", relata una de ellas.
Sarah es la Madame Bovary, es decir, el hambre de una vida diferente. A pesar del triángulo amoroso que las enfrenta, su nivel cultural le conecta a Kathy (Jennifer Connelly), la documentalista de televisión casada con Brad (en la escena de la cena, ambas de hecho se identifican en sus percepciones sobre la inmadurez de Brad). Connelly, por cierto, muestra una faceta para mí inusitada, luciendo tanguitas plateadas.
Otro "capítulo" totalmente autónomo dentro de LITTLE CHILDREN son las escenas de piscina; la fotografía refleja a la perfección las sensaciones que despierta el entorno en Sarah. Una tregua dorada, primaveral e inofensiva. La llegada de los chaparrones de verano es el llamado de lo salvaje y el cierre del capítulo. Termina, con nostalgia, la inocencia y su iluminación diáfana. Comienzan las Grandes Ligas de las acciones.
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En algún momento se hace referencia a la guerra en Irak, con el relato de un niño cuyo padre ha muerto en combate. No sé si luce muy forzado, pero quizás esa referencia tiene relación con la elección final de Sarah. Escapar hubiera sido conducir a su hija Lucy (y a Aaron, el niño de Brad) a nuevos infiernos. Sólo queda enfrentar lo que se tiene en casa. Lo mismo para Estados Unidos como nación: ya basta de buscar culpables afuera, la única salida es la introspección, solucionar lo que ocurre adentro en vez de tratar de salvar al mundo. Ideas similares a las de películas como LADY IN THE WATER de M. Night Shyamalan. Quizás LITTLE CHILDREN peca de exceso de ambición y de obviedad, esto último sólo en el desenlace, al que le faltó más trabajo, porque también Todd Field se complicó con demasiados aspectos que tocó y a los que luego debía dar cierre.
Pero por otra parte, vaya seda de película. Vaya cadencia. Qué delicadeza para retratar los pequeños detalles de lo cotidiano: manos con guantes de plástico que friegan los platos, lavadoras de ropa que acompasan un acto sexual tan largamente ansiado. La poesía de los suburbios color pastel en los que la procesión va por dentro.

24 marzo 2007

300 (2006) - Zack Snyder

"La inexpresividad se hace total y sólo queda el valor de la expresión gráfica, que es poco. Se vuelve una tortura para el espectador. Además el texto es imbécil". (Alfredo Roffé, acerca de la película 300, en la columna El dedo en el ojo, Últimas Noticias, jueves 22 de marzo de 2007).
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Me pregunto con frecuencia por qué la crítica cinematográfica tradicional suele reaccionar con tanta virulencia ante películas que apuestan decididamente por la contundencia visual. ¿Temerá este tipo de críticos, muy en el fondo, que sus herramientas rígidas de análisis queden obsoletas, mientras se llenan la boca arremetiendo contra la generación boba que no lee libros y se emborracha de imágenes? Así pasó con ROMEO + JULIET de Baz Luhrmann, con BRAM STOCKER'S DRACULA de Francis Ford Coppola, con THE CELL de Tarsem Singh. Para este tipo de películas, se acostumbra sacar un adjetivo descalificativo de la manga teórica: efectistas.
Para mí, son ofrendas de generosidad visual. Este sábado vi 300 por segunda vez (a la 1:45 pm en la sala 5 del Galería Ávila), luego de una función de prensa el pasado jueves, y de nuevo me siento reconfortado y poderoso en mi occidentalidad. Lo sé. Se acusará a 300 de contar con personajes estereotipados de cartón, en vez de personajes de carne y hueso. A mí mismo no me cuadró del todo la escena sexual entre Leónidas y su reina, quizás demasiado soft porno. Igual defiendo con militancia a 300. Sacaré la espada y la lanza por ella, y pondré mi escudo para protegerla.
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La denuncia más ridícula que se escuchará contra 300 es que es un fraude contra la historia. Me pregunto: ¿quién fue el reportero de CNN que estuvo allí en la batalla de las Termópilas en el 480 antes de Cristo, para que nos eche el cuento de verdad? Ni siquiera existen pruebas arqueológicas de peso acerca de la existencia de Esparta (Ojo, acotación posterior: de la existencia de la Esparta idealizada como modelo de virtud, no de la Esparta histórica que derrotó a Atenas en la Guerra del Peloponeso). ¿Y qué importa? Su leyenda de disciplina, austeridad, profesionalismo y laconismo late vibrante en nuestro depósito cultural.
300, a mi juicio, reivindica el valor de la oralidad, y de la oralidad como deformación de la realidad. Grecia, es decir, Occidente y su racionalidad, estaba a punto de ser aplastado, lo que hubiera cambiado radicalmente lo que hoy somos. Para sobrevivir ante los persas, los griegos necesitaban no sólo espadas, sino narraciones épicas. Deformaciones que exaltaran lo propio y aniquilaran al otro, al bárbaro, al no-griego (no-humano): en ambos casos, deformaciones. ¿Existió Leónidas? ¿Fue realmente tan vergatario? ¿Fueron 300 los espartanos que se enfrentaron a un millón de persas? ¿Y qué importa? Toda historia es deformación, sobre todo cuando es transmitida oralmente. En este caso, la deformación es asunto de vida o muerte. Por eso la peor amenaza que puede hacer Jerjes a Leónidas es que Esparta será borrada para siempre del recuerdo colectivo. Si hay algo que me fascina de 300 es el deleite de su deliberada deformación orientalista. Todo lo persa-oriental es circense, burdelesco, distorsionado: elefantes, rinocerontes, gigantes, perspectivas, colores de piel, placeres, joyas, cabras. Es Jerjes, el Dios-Rey del piercing facial, a quien un amigo comparó acertadamente con una drag queen.
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Mientras tanto, todo lo espartano es rectitud, vigor, perfección, pectorales de gimnasio, abdominales de Cri-Cri. La imagen que más me perturbó de 300 es aquella en la que el precioso efebo Astinos (Tom Wisdom) muere decapitado por un efectivo de la caballería persa que le sorprende de espaldas (su padre, por el contrario, reacciona luego con la desmesura y el odio, e infringe las normas del belicismo espartano). Es la derrota momentánea de lo bello. Aquel cuerpo decapitado que se derrumba es una estatua griega que queda destruida para siempre, pero que se hace inmortal como legado cultural a través de los siglos. Eso somos. Recuerdo una vez que discutía en bachillerato sobre la primera guerra del Golfo Pérsico con Cabrera, un compañero de clases de origen canario muy peculiar. Y aunque Cabrera era de tendencias izquierdistas y alzaba una flor para ofrecerla a la policía en las manifestaciones en el liceo Andrés Bello, me dijo aquel día: "Voy a Estados Unidos. No me queda otra: soy de Occidente". Suena reaccionario y determinista, pero es un tema para meditar.
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También hay chistecitos sobre los interiores Speedo de los espartanos de Léonidas en 300. Si yo hubiera sido Zack Snyder, los hubiera puesto desnudos, haciendo caso estricto a las enseñanzas sobre Grecia que me impartió el profesor Carlos Luis de Armas en la UCAB. Vamos. La hermosura de cualquier sexo es un deleite. Es impresionante, por ejemplo, la belleza física y la serena masculinidad de Gerard Butler como Leónidas.
"Parece una película hecha en computadora", se escuchará sobre 300. Cierto y falso. Si hay algo que me agradó de 300 es que hay un equilibrio entre lo digital y lo óptico. Por ejemplo, el uso de las perspectivas deformadas en las tomas que involucran a Jerjes y sus emisarios, de manera similar al tiránico universo onírico del asesino en serie en THE CELL. Yo me siento afortunado de vivir en una época en la que se pueden hacer películas como 300, que son conquistas en el recorrido hacia la emancipación visual.
La pregunta gafa: ¿Por qué carajo le pusieron Nueva Esparta al único estado insular de Venezuela, siendo las virtudes espartanas tan contrastantes con lo que uno experimenta, por ejemplo, cuando está echado en Playa El Agua buceando carajitas en topless?

21 marzo 2007

WILD AT HEART (1990) - David Lynch

El fuego y la combustión pudieran asociarse con el placer del ardor sexual. Pero también con la destrucción. Materia orgánica carbonizada, reseca y de olor penetrante. WILD AT HEART es una metáfora de la descomposición como desembocadura inevitable del placer más ardiente. Desde el primer fotograma, el vuelo ominoso de los buitres acecha sobre la perfecta compenetración espiritual y sexual de dos amantes en fuga, Sailor Ripley (Nicolas Cage), el matón que fuma desde los 4 años, y la veinteañera Lula (Laura Dern). La llegada al tiempo abolido del pueblo tejano fantasma Big Tuna representa la pudrición y el empalagamiento de la hasta entonces indestructible química Sailor-Lula. El dial de radio atestado de noticieros macabros. Ella vomita en el suelo de la habitación del motel y el aroma pestilente, en vez de desvanecerse, se hace cada vez más nauseabundo.
WILD AT HEART es Bobby Perú, el personaje de Willem Dafoe al que le bastan un trío de escenas para convertirse en una de las presencias más perturbadoras de la contracultura cinematográfica contemporánea. Todavía, 17 años después, hay algún idiota del imperio editorial Urbe que se hace llamar Bobby Perú (“así, como el país”, según la presentación que hace Dafoe de sí mismo, para luego advertir diáfanamente: “Yo soy de todas partes”). Quizás la escena más estremecedora de WILD AT HEART es aquella en la que Bobby sorprende a Lula sola y la obliga a excitarse, como quien sigue los pasos mecánicos para activar una máquina, antes de despedirse con una risotada de travesura de carricito.
WILD AT HEART —irregular, desmesurada y cursi, como la vida misma— es también un tío chiflado que se mete cucarachas en el calzoncillo. Es un borracho de Nueva Orleans que habla como el Pato Donald y que produce el mismo miedo irracional que esos espantos de los llanos venezolanos que crecen en estatura a medida que se alejan. Es una camarera topless de medianoche con senos a la vieja usanza. Es “Wicked Game” de Chris Isaak de noche por la carretera. Es una Laura Dern calenturienta que se pinta de escarlata las uñas de los pies y le suelta a Nicolas Cage: “Me tienes más caliente que el asfalto de Georgia” / “Tienes el pipí más dulce de todos, hablas dentro de mí, me prestas atención, me llevas al arcoiris”. Es la chaqueta de piel de serpiente de Sailor, símbolo de su “individualidad y creencia en la libertad personal”.
Me pregunto si eran necesarias la bruja mala y el hada buena en WILD AT HEART. Está claro que el Maestro las bosqueja de una manera tan ridícula y forzada que no son más que chistes gruesos acerca del cine con final feliz opuesto a Lynch. Caricaturas deformes del mal y el bien. En el cine de Lynch, ya sabemos cuál de las dos fuerzas se impone siempre.

19 marzo 2007

NOTES OF A SCANDAL (2006) - Richard Eyre

A MANERA DE JUSTIFICACIÓN:
Es diferente escribir para un periódico (con todas sus restricciones formales de distintas clasificaciones) y escribir para un blog. Si pudiera, escribiría sólo en el blog, pero por ahora es económicamente inviable. Desde hace un trío de semanas, gracias a personas que mucho me quieren y no por auténticos méritos, se me ha concedido una breve columna dominical de cine en el diario El Nacional. Curiosamente, la columna se llama "Ladrón de fotogramas", oficio que sólo puedo ejercer de manera literal en este blog. No me agrada la idea de mezclar la escritura del periódico con la escritura del blog. Sin embargo, me da mucha caspa escribir dos veces de una misma película, y (una razón de peso) El Nacional ha tenido problemas de distribución en las últimas semanas. Como decía Kotepa Delgado, escribe que algo queda. Quizás alguna de las frases escritas en la columna de prensa tenga algo de valor y responda a lo que sentí de verdad, y pueda dar pie a montar un debatecillo.
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Tersura y envidia

La pederastia es uno de los pocos tabúes que queda en pie. Un tema incómodo y políticamente incorrecto. Pero la turbación despertada por una piel tersa es una debilidad humana universal. Es como si en esos poros jóvenes, que desprenden un aroma natural que no se compra en ninguna perfumería, encontráramos el bálsamo para nuestras monstruosidades escondidas y nuestro horror a la muerte.
En Notas de un escándalo, del director inglés Richard Eyre, este vértigo cutáneo se disecciona en dos sentidos. Por un lado, la atracción de Sheba (Cate Blanchett), una joven profesora de Arte, hacia Steven (Andrew Simpson), su sensual y filoso alumno de 15 años de edad. Por el otro, el deseo nunca colmado de Bárbara (Judi Dench), profesora del mismo liceo de Londres, hacia Sheba. Anciana amargada, intrigante, envidiosa, solitaria y con una homosexualidad encharcada por décadas de represión, que cree conocer todos los resortes de la conducta humana, Bárbara adquiere, en la interpretación de Dench, casi las dimensiones del Tartufo de Molière.
La australiana Cate Blanchett nos tiene acostumbrados a papeles distantes, fríos o intelectualizados: ejemplo, la pitonisa Galadriel de El Señor de los Anillos o la turista obstinada y maniática que, en Babel, ordena sin éxito una Coca Cola Light en el desierto de Marruecos. Notas de un escándalo permite reconciliarse con una Blanchett más cotidiana, urbana y corpórea, que resulta potentemente atractiva. El soplo de la espontaneidad que nunca poseerá la insidiosa Bárbara, prendada de la blancura de la piel de sus senos y sus piernas.

LA ABUELA VIRGEN (2007) - Olegario Barrera




PUBLICADO EN "EL NACIONAL" EL DOMINGO 11 DE MARZO DE 2007




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Una ñapa de vida

“Para vivir, sólo necesito pequeñas cosas”, canta Trina Medina; los versos son una clave para entender Una abuela virgen, de Olegario Barrera. Gracias a las notas ultrasónicas de la trompeta de un músico de El Sarao (Iván Tamayo), a Antonieta García se le concede una ñapa de vida. La selección de Daniela Alvarado fue fundamental para un papel que concreta la piedra filosofal: el rendimiento de un cuerpo de 20 años de edad con una experiencia de octogenaria. Alvarado, por cierto, sale muy airosa del primer desnudo de su carrera, al que difícilmente se puede catalogar de artimaña de taquilla, pues la fortaleza de esta fenomenal actriz es la credibilidad y no el atractivo sexual (que tampoco le escasea).
Una abuela virgen no está dirigida para impresionar a eruditos con una narración fragmentada y seudo-experimental. El estilo de Barrera es sencillo, lineal y ágil, sin cartas escondidas. La dirección de actores es coherente. No es una película de grandes pretensiones, pero se conecta eficazmente con una sala de cine llena, y sirve de túnel de escape en un momento del cine venezolano signado más por la cantidad que por la claridad. Una tarde de despreocupación en la placita de Chacao fue una escogencia inmejorable para poner punto final a una historia sobre la precariedad de la vida y el valor que tiene cada segundo extra de ñapa. Quedó una duda: ¿de dónde salen los exquisitos desayunos y los recambios de ropa de Alvarado mientras se encuentra en su refugio industrial? Quizás su esencia mágica sea la explicación.
PD: Quien quiera revisar películas de Olegario Barrera que han escrito páginas doradas del cine nacional, como La pequeña revancha (1985) y Operación billete (1987), debe olvidarse del Archivo Audiovisual de la Biblioteca Nacional, que no está prestando servicio “porque no hay sistema” (sic) y cuyo correo electrónico (daudiov@bnv.bib.ve) tampoco está operativo.

13 marzo 2007

BORAT (2006) - Larry Charles

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BORAT se ha convertido ya en una peliculilla de culto, hasta Kiko le hizo un comentario muy bobolongo en su columna del diario Tal Cual, por lo que no estoy descubriendo el agua tibia ni voy a aportar mayor cosa como comentarista. Me pareció una soberana estupidez el guiño musical a TIEMPO DE GITANOS de Emir Kusturica. Me gustaría ser cualquier cosa menos moralista, o quizá le tengo envidia a quienes produjeron BORAT por su éxito, pero se me hace que esta comedia de estereotipos es un poco peligrosa en este momento de la humanidad. Aunque se supone, lo sé, que lo que se quiso hacer con BORAT —una película que se vale de la fiebre del lenguaje de documental para contar la historia de un periodista machista, antisemita y homofóbico de Kasajstán que recorre Estados Unidos de costa a costa para intentar casarse con Pamela Anderson— es precisamente una sátira del etnocentrismo del estadounidense promedio para quien Kazajstán y Rumania son la misma vaina. De hecho, el pueblo del periodista Borat Sadgiyev se rodó en la localidad rumana de Moroieni. Por otra parte, en su recorrido de Nueva York a Hollywood, Borat se va topando con la peor escoria americana: bushistas radicales de derecha, gangsters negros de Atlanta, secesionistas, evangélicos anti-darwinianos, universitarios panza-de-cerveza idiotas. Igual me quedó un mal sabor.
También hay algunas contradicciones. Por ejemplo, Borat niega sistemáticamente la condición humana al sexo femenino, pero articula nociones del amor caballeresco cuando se refiere a Pamela Anderson. Aunque son observaciones del purista que le busca la pata 101 al ciempiés.
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Tengo que reconocer que BORAT posee momentos de comedia memorables. Ejemplo: el honorable congresista que se entera a destiempo de que está mascando queso de leche materna. El experto en humorismo que intenta explicarle a Sadigyev cómo contar un chiste en Estados Unidos. Los pasos de dance de Sagidyev en la despedida gitana antes de viajar a Nueva York. Sagidyev cagando en el Trump Center y masturbándose frente a la vitrina de Victoria's Secret (una poderosísima libertad simbólica). La gran escena de BORAT es la que documenta una misa evangélica en la que participan altos funcionarios políticos y judiciales, y en la que salen unos imbéciles corriendo y saltando eufóricamente. Señores, eso existe. Yo una vez vi en el parque Naciones Unidas de El Paraíso a cerca de 500 idiotas de una secta que levantaban las sillas sobre sus cabezas porque así se los ordenaba el fascista manipulador que les hablaba desde el estrado. Las imágenes reales de Kasajstán (entre ellas el chimpancé de la base espacial de Baikonur) al final de la película, tomadas del Russian Stock Footage Library, son un tesoro invalorable.
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Sorpresas te da la vida: el hotel Wellington, donde se aloja Borat en Nueva York, fue el mismo hospedaje barato y sin calefacción en el que me tuve que quedar de emergencia durante el único viaje que he hecho a la ciudad donde nadie se sienta extranjero, en el otoño del año 2002 (*). Queda a media cuadra del Carnegie Hall. Y esa noche, cuando fui al Times Square, puse la misma cara de Borat. Con el añadido de que llevaba en las manos una cajita de cartón que había recogido de la basura para meter un potecito Nesquick de leche con fresa y otros alimentos de escaso valor nutricional.
(*) La misma noche en que Mariángel Ruiz se coronó en el Miss Venezuela.
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"Devolvámonos a Nueva York, allá no hay judíos" (Azamat Bagatov, productor de la TV estatal de Kazajstán).
"¿Una mujer ha escrito un libro?" (Borat Sadgiyev).

THE GOOD SHEPHERD (2006) - Robert de Niro


Si uno trabaja con Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, algo se debe pegar. A Robert de Niro todavía le hace falta soltarse más como director, adquirir cierto toque de locura, pero THE GOOD SHEPHERD es una película importante acerca de las vicisitudes de la odiadísima CIA (si Chávez tuviera un mínimo de cultura general, la debería recomendar) e íntimamente conectada con la THE DEPARTED de Scorsese. La relatividad del bien y el mal. Los perros guardianes de la América blanca y protestante que usan la tortura para defender la libertad. En el espionaje de la Guerra Fría no hay buenos ni malos, en nadie se puede confiar, todo es relativo y cambiante. Uno puede hasta matar a su propio nieto para frenar al comunismo. El general Bill Sullivan (el propio De Niro) alerta sobre los riesgos del "exceso" de democracia.
No me convenció el personaje de Clover-Margaret (Angelina Jolie). Entiendo que era otra época en términos de emancipación femenina, pero me parece poco creíble que una mujer tan atractiva y con tanta iniciativa (cuya aparición es un chorro de agua fría en un momento en que la película empezaba a ponerse de pesada digestión) se cale seis años de espera en la Segunda Guerra Mundial con apenas un episodio de infidelidad. Y que además se asombre cuando Edward (Matt Damon) le revela que "Me casé contigo por el embarazo", algo que era totalmente obvio a esas alturas del partido. Y es que desde un principio es incomprensible que se sienta atraída por un insípido burócrata perteneciente a una cofradía secreta de hombres sexualmente confundidos que pelean desnudos en barro y se orinan unos a otros. La Jolie se va degradando. Parece tener luego un despertar fugaz cínico, cuando suelta lo de "Primero la agencia, luego Dios", pero se queda en eso. Sigo pensando que la Jolie no tiene un buen papel desde hace mucho, mucho tiempo. Casi hay que remontarse a los tiempos de GIRL, INTERRUPTED, en 1999.
El desenlace es totalmente coherente. Desde hace mucho tiempo estaban muy claras las prioridades en la vida de Edward Wilson, otrora actor teatral y poeta en ciernes. Casi que desde que dejó sola en la playa a Laura (Tammy Blanchard), una chica extremadamente blandita y dulce que podía haber sido la oportunidad de una vida más tolerante y vinculada a las bellas artes. Resulta aterrador pensar que gente como el demócrata John Kerry han pasado por esa institución tan estúpidamente gringa de la cofradía estilo Skull & Bones.
Pronto fundaré un club de gente que detesta a Matt Damon. Pero tengo que reconocer que es el ideal para este papelito de burócrata ratonil, insignificante y relamido. El tipo que tiene una inteligencia elevada desde el punto de vista operativo, pero que carece del otro tipo de inteligencia, la panorámica, la que te permite ver el mundo y la vida en perspectiva. Hay gente que se gradúa Magna Cum Laude en la universidad y no sabe vivir. De Niro parece sugerir que este WASP intolerante ("En Estados Unidos están de visita", dice acerca de los inmigrantes) es en el fondo un gay de closet que se no atreve a asumir abiertamente su sexualidad. El chamo que hace de hijo de Damon (se llama Eddie Redmayne) es la cagadita de Matt Damon. Vaya muchachito gafo e insoportable. Tremenda selección de casting.
NOTA:
Esta película la vi a las 6:20 pm del sábado 10 de marzo en la sala VIP del Tolón. De vez en cuando es de pinga meter el paro de rico, aunque en un artículo de Newsweek leí una vez que la clase ejecutiva de los aviones está hecha para los wannabe de clase media a los que les gusta humillar a los pobretones de clase económica, porque los ricos de verdad tienen aeronaves privadas. En todo caso, el asiento acolchado tipo buscama en la primera fila fue una maravilla para mi espalda en una película de tres horas.

SAGRADO Y OBSCENO (1975) - Román Chalbaud


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Difícilmente puedo concebir un inicio más sólido para una película venezolana. Plano general aéreo de la avenida Lecuna y el Nuevo Circo. La cámara se va desplazando hacia la izquierda, pasando por la avenida Bolívar, hasta llegar al desaparecido terminal de rutas largas (hoy el mercado de La Hoyada), a donde está llegando uno de esos autobuses amarillentos que hacen las rutas hacia Maracay y Valencia y que, 30 años después, siguen gloriosamente dando la batalla en la Regional del Centro. Un impenetrable Miguelángel Landa desciende para cumplir su misión en la capital. Instantes después, una clásica estampa costumbrista terminalera: la vieja que viaja con una jaula de pájaros en el bus (en este caso, un tucán). Faltó poner un gordito comiendo encalentado pan de mantequilla del terminal de Maracay y tomando medio litro de chicha (Esteban de Jesús).
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SAGRADO Y OBSCENO es mi película favorita de las que he visto de Román Chalbaud. Su vigencia es 100% absoluta y además es perturbadoramente premonitoria. Fue elaborada en 1975, año de Dios, en plena Venezuela saudita, pero desnuda las tensiones sociales subterráneas ocultas por la riqueza fácil que estallarán en el proceso posterior al 27-F de 1989. Lo vi con toda claridad este sábado 10 de marzo de 2007 a las 2:30 pm, al presenciar SAGRADO Y OBSCENO por segunda vez, en la sala GAN de la Cinemateca: cuando Pedro Zamora (Miguelángel Landa) ejerce su venganza contra el exterminador de guerrilleros (el que mató "a Dimas, a Linares, al Colorado, a Alberto José"...) derivado luego en magnate derechista de los pollos, su silueta es la de Hugo Chávez Frías.
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En SAGRADO Y OBSCENO es evidente la postura política de Chalbaud, pero la película deja abierta una puerta a la tolerancia. "Todos estábamos locos", dice el ex policía Diego Sánchez para justificar lo que hizo 10 años atrás. Otra escena clave es el diálogo entre el radicalizado Pedro Zamora y su otrora amigo de la guerrilla, Andrés (una actuación soberbia de José Ignacio Cabrujas). "Si vivir es achantarse, pues yo me achanté", confiesa Andrés, convertido en padre de familia, quien pide sensatez al vengador llegado de la provincia.
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SAGRADO Y OBSCENO, por si fuera poco, retrata de manera insuperable el mundo de las pensiones sólo-se-aceptan-caballeros-de-intachable-conducta de la parroquia San Juan (la pensión en este caso se llama Ecce Homo, cuya memoria y poesía de jaboncito de avena pretende ser demolida por la visión progresista del magnate pollero Diego Sánchez, el mismo que le quita cruelmente la concha a un quelonio). Personajes como Morrocoy, interpretado por Virgilio Galindo ("Soy espiritista, ateo, maxista y masón como Miranda en la Carraca"; "Más fastidioso que excursión en tractor"); Antonio Leocadio Bárcenas, el izquierdista anquilosado y hablachento que hace Rafael Briceño ("el último hombre serio de este país fue el Mocho Hernández"); el gandolero que se marcha de la pensión con una frase carreteril para la posteridad: "En Barcelona me tienen a la orden".
Imágenes que me pueden hacer llorar: el viejo logo del hotel Caracas Hilton, con cinco puntas que terminaban en una bolita; el hotel desconocido en el que se aloja Pedro Zamora mientras se desocupa un cuarto de la pensión, con la empleada de servicio que llena la jarra de agua fría (mucho quisiera saber la ubicación de este hospedaje y si aún existe; abajo tenía un local de Sarela y un almacen llamado La Chinita). La beata dueña de la pensión, interpretada por María Teresa Acosta, con una afirmación contundente y de plena actualidad: "A Caracas nunca la terminan de construir".
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La habitación, 300 bolívares. Más los tres golpes diarios, 350. Y con lavado de ropa, 400 bolívares.

05 marzo 2007

CANGREJO (1982) y CANGREJO 2 (1984) - Román Chalbaud

Todos sabemos las razones por las que la Cinemateca Nacional celebra una retrospectiva de Román Chalbaud, aunque igual siempre es bienvenida. El sábado 3 de marzo de 2007, de 5:00 a 9:00 pm, pude meterme en el Celarg un maratón encangrejado con dos películas que han envejecido un poco, pero tampoco se desplazan con el bastón de la senilidad. Tengo entendido que se basan en casos reales (el caso Vegas es uno de ellos, creo), aunque no soy lector de páginas de sucesos y no le otorgo mayor importancia cinematográfica.
1
La primera CANGREJO es una constelación de celebridades: Miguelángel Landa (como el incorruptible comisario León Martínez, una de las causas por las que mi hermano mayor amó siempre tanto la carrera policial), un inmejorable Domingo del Castillo, Yanis Chimaras, Guilllermo Dávila (un bisexual sabrosísimamante derrapado, más homo que hetero), un Aroldo Betancourt con la belleza de un joven Adonis (hace un doble agente muy a lo THE DEPARTED), Franklin Virgüez con melena y tan malandrísimo como en Por estas calles, Paul Gillman (la banda sonora está salpicada del metal del grupo Arcángel), un Rafael Briceño esnifador, Javier Vidal (hace un desnudo frontal), Tania Sarabia, Abelardo Raidi, Juan Vené, Dante Carle, Julio Alcázar, Arturo Calderón, un lacónico Henry Zakka, Carlos Márquez, América Alonso, Jean Carlos Simancas, Miguelito Alcántara, Arturo Calderón, Lupe Gehrenbeck y todos aquellos cuyos nombres desconozco.
Imágenes inolvidables: el comisario León Martínez encendiendo la sirena de su patrulla Mustang de la PTJ en la Francisco Fajardo. El juez que hace Rafael Briceño (un defensor encubierto de los carteles de narcotráfico) esnifando simbólicamente con gotas para la nariz. El liqui liqui blanco de Miguelángel Landa, símbolo de su pureza moral. Los billetes blancos de 100 bolívares que en 1982 todavía convivían con los marrones que se terminaron imponiendo. Henry Zakka aislado de la realidad con uno de los primeros modelos de walkman. Una cámara subjetiva desde un automóvil que atraviesa el túnel de Los Ocumitos. Franklin Virgüez exclamando: "¡Esto es una coñodemadrada!". El narco Yanis Chimaras preguntándole con cinismo al comisario Martínez: "¿Puedo fumar, príncipe?". El gramo de coca costaba 200 bolos.
Para mí, el mejor personaje es el de Beltrán (Domingo del Castillo), el comisario veterano que sabe cómo se bate el cobre. Pienso en la escena en la que Miguelángel Landa da clases en un instituto y encierra en un círculo las palabras "ricos" y "pobres", mientras enfatiza en que la ley debe ser igual para todos. Beltrán le dice: "Chico, el círculo te quedó ovalado". 25 años después, CANGREJO —cuyo guión es de Juan Carlos Gené— mantiene plena vigencia en su denuncia de la inequidad de la justicia según las clases sociales. Sin embargo, por otra parte es una película que encierra el germen de cierta intolerancia que en un futuro aflorará en el discurso personal de Chalbaud. CANGREJO arremete con un moralismo revanchista contra todo lo que tenga un tufillo de juventud de clase media para arriba: desde el rock and roll hasta el cine experimental, los walkman, el modelaje o el bowling. Y me preocupó la justificación que hace León Martínez de un asesino múltiple debido a su origen miserable.
2
El guión de CANGREJO 2 es de César Miguel Rondón. Es una película más sobria y mesurada, y de mejor factura fotográfica. Pero no tan cautivadora como CANGREJO. Se coloca énfasis en las interioridades de una investigación policial rigurosa. El caso mostrado no es exactamente un cangrejo, pues desde el principio está totalmente claro quién es el culpable de la violación y el asesinato de Lídice Fusati, la hermana de un curita de la Dolce Vita (Eduardo Serrano) de una población del Litoral Central (el rodaje se realizó en Naiguatá y Macuto). Dos años después de retirarse, el comisario León Martínez regresa a una PTJ con nuevas autoridades: el Miguelángel Landa de siempre, todo un arquetipo de cierto macho vernáculo. Un actor sólido e impetenetrable a la vez, que no deja huella, pero que al mismo tiempo es eterno. Carlos Omobono hace de monaguillo pero no dice palabra. Miguelángel Landa y Ramón Hinojosa (un campechano detective de provincia) reproducen la mitología de Don Quijote y Sancho Panza. Se le tira una puntica a la alianza entre Copei y el alto clero. También hay una típica secuencia chalbotiana en la que se toma líricamente un elemento de la cultura popular (los diablos danzantes) para construir un editorial crítico sobre la política nacional. Corina Azopardo (creo) hace una breve aparición como reportera. Me gustaron los primeros planos de los cangrejitos en la carretera polvorienta.
3
El domingo 4 de marzo vi LA GATA BORRACHA (1983), un clásico burdelesco —abundan los números musicales completos—, pero como no la presencié desde el comienzo, me reservo el comentario para otra ocasión. Película sobre el grave y recurrente error de enamorarse de una prostituta. Una Alba Roversi seguramente menor de edad se muestra en el esplendor de una juventud ochentosa, aunque sin hacer desnudos, lo máximo es una franela blanca pegadita sin sostén. Nelson Ned canta entre pompas de jabón. Hay un pequeño homenaje al videojuego de Pacman y se informa que un polvazo corto costaba 300 bolos en aquellos tiempos. La noche completa, 600.

01 marzo 2007

TRIBUTO A CHANCHO


NACHO LIBRE (2006) - Jared Hess


Créanme: vivo relativamente cerca de un convento, en el que está al lado del Centro Gumilla en Altagracia, y las monjas no son como Ana de la Reguera. Usan medias panties gruesas, marrones y horribles, por no hablar de los zapatones Tom Sailor. Dicho esto, lo que me fascina de NACHO LIBRE es su carácter de producto culturalmente híbrido: canciones como "Mucha muchacha" de Juan García Esquivel junto a cierta estética de disco music decadente; las botas blancas, las camisas con cuello de "V" y los faralaos a lo Carmen Miranda de un Nacho —mestizo monacal nacido de un pecado mexico-escandinavo— que conmovedoramente trata de impresionar a las pupilas de Sor Encarnación; Esqueleto (Héctor Jiménez), casi un personaje de Condorito, afirmando su fe en la ciencia . Este es el tipo de cine que tiene que hacer Jack Black, épicamente renegado y libertario, y olvidarse de cosas grandilocuentes tipo KING KONG. Para mí, la escena inolvidable de NACHO LIBRE es aquella en la que desfilan diapositivas informativas de los gladiadores, antes del combate colectivo en el que Nacho quedará subcampeón: Silencio, Muñeco, Dynasty, El Chino. A través del recurso estético, se logra plasmar toda la nobleza grotesca del Cachacascán y sus esperpentos que se inventan un otro yo heroico. Cómo olvidar mi entrañable experiencia entrevistando a los titanes vernáculos de la lucha libre cuando tuvieron una fugaz pasantía por el estudio gigante en Boleíta del desaparecido canal Marte, hoy en día La Tele: Chiclayano Junior, el Rapaz de Portugal, Pete el Conde y tantos otros amigos. Tres meses después, aún nos dedicaban peleas por TV al fotógrafo y a mí que les hicimos un reportaje en la prensa. NACHO LIBRE me sorprende en el momento en que creo que tengo más kilos que en ninguna otra etapa de mi vida, y la sentí como una reivindicación de la panza. A su modo, Jack Black puede ser terriblemente sensual, y se pasa casi toda la película con su honesto torso al aire, digno y sin artificios. Por no hablar del tiernísimo Chancho (Darius Rose). Por fin: ¿Ercarnación habrá quebrado su voto de castidad?